El jefe de Estado asumió como presidente del Partido Justicialista en un acto donde no estuvieron ni Cristina ni Máximo Kirchner. Críticas a Macri y pedidos a la militancia en el inicio de la campaña electoral
Faltaron los bombos y las banderas. Estuvo la marcha peronista. No hubo cancionero popular, pero estuvieron presentes los principales dirigentes del peronismo, salvo Cristina Kirchner y su hijo Máximo. Alberto Fernández asumió la presidencia del PJ Nacional con un discurso crítico a la oposición y pidiendo unidad entre los propios. No hizo falta impostar un clima preelectoral. La campaña empezó.
Es una ecuación simple y necesaria. “Los convoco a que salgamos a la calle a militar con más fuerza que nunca. Más política, más debate, más unidad, eso es lo que necesitamos, eso es lo que vamos a hacer”, fueron las palabras del Presidente en el final del acto. Un mensaje a la militancia, pero también a todos los sectores del peronismo que estaban presentes. Necesita más defensa del proyecto político y menos recelos internos.
Un ministro que lo conoce bien dice que Fernández hace tiempo machaca sobre la idea de la unidad y cohesión dentro del Frente de Todos. Él es el punto de equilibrio por el rol que tiene en la coalición, donde Cristina Kirchner es la accionista mayoritaria pero el Jefe de Estado es la pieza que permitió cerrar el rompecabezas.
“Sabemos los intereses que defendemos y a quién representamos”, dijo durante el acto, como una descripción de los motivos por los que es conveniente evitar las grietas internas. Unidad. Unidad. Unidad. Para no no perder el foco, para no servirle la cena caliente a los opositores.
Este nuevo lugar como conductor del PJ y con la unidad de todos los sectores bajo su mandato, muestra su mejor cara, asociada al equilibrio. La gran mayoría de los dirigentes que estuvieron presentes en el club Defensores de Belgrano creen que, un año y medio después del inicio de la gestión, Fernández es quien mejor sintetiza las discusiones del peronismo.
Con debilidades y traspiés, pero con gestos claros que son decodificados, en algunas oportunidades, como movidas necesarias para que la coalición no estalle en mil pedazos. Los intendentes, gobernadores, legisladores y sindicalistas saben lo complejo que es gobernar bajo el ala de Cristina Kirchner.
Muchos de ellos no hubiesen aceptado apoyar un nuevo gobierno de la ex presidenta. Por eso se aferran a la figura de Fernández como el único muro posible para sostener la avanzada K sobre el Gobierno. La kirchnerización de una gestión que, en un principio, buscó ser moderada y dialoguista. No lo expresarán en público. Sería un absurdo alimentar las tensiones internas cuando el propio Presidente intenta apagarlas.
La asunción en el PJ, un gesto institucional que tiene peso político en la lógica de construcción peronista, resultó ser una muestra de armonía en un momento donde la tensión en el Gobierno aumenta en forma inesperada por cruces entre ministros o posiciones políticas ante decisiones de gestión. La lista de consejeros, integrada por todos los sectores, es la foto de la unidad bajo el líder que promete equilibrio como carta ganadora. Aunque cueste. Aunque no siempre pueda.
Es, también, la contracara de la llegada de Máximo Kirchner a la presidencia del PJ Bonaerense, donde el aval de los intendentes fue más por la conveniencia de la dinámica política que por la convicción de encontrar en el líder de La Cámpora el resumen de los sentimientos peronistas de la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, el propio Alberto Fernández respaldó esa llegada. Algunos intendentes entendieron rápidamente que esa movida es, en definitiva, parte del juego de suma cero que protagoniza el Presidente para mantener a flote el barco donde viven muchos dirigentes que se miran con recelo y desconfianza.
El discurso de Fernández fue leído entre algunos presentes como el inicio de la campaña electoral. El Presidente abrió una ventana al costado de la gestión sanitaria, lo que más le preocupa y ocupa en estos días. Y, además, profundizó su discurso crítico contra la oposición. En especial, contra Mauricio Macri. Ellos y nosotros. Otra vez esa dicotomía instalada en la escena política.
Sin unidad, sostuvo, el macrismo llegó al poder. Con unidad, el peronismo corrió esa idea de gobierno de la Casa Rosada. Pero la vaca no vive atada por cuatro años. Los votos se deben volver a conseguir. Y ese desafío este año está cruzado por la cantidad de vacunas que se puedan conseguir y poner en el brazo de los argentinos, y la recuperación económica que pueda transparentarse en la calle.
“Estamos vacunando a todos los argentinos y argentinas mientras los otros se levantan de la cama, hacen Zoom, y nos critican y escriben libros”, dijo Fernández apuntando contra Macri y agregó: “Escriben libros donde no son capaces de admitir ni cercanamente el desastre que han cometido. Tanta autocrítica que nos piden a nosotros y no son capaces de darse cuenta del daño que le han causado a la Argentina”. Ironía que habilita el ida y vuelta con los opositores.
Esa línea discursiva fue la que predominó en los actos del peronismo durante la campaña electoral del 2019. Había que unirse, decían, frente a la catástrofe económica del modelo macrista. Ese mismo discurso es el que volvió a tomar como bandera Fernández en la noche de ayer. Se aceptan recriminaciones y acusaciones, pero que sean bajo el mismo techo y dentro de las cuatro paredes del peronismo.
Empezó la campaña en el peronismo. El desafío político es entrelazarla con la gestión y sustentarla con logros sanitarios y económicos. La oposición, mientras tanto, golpea cuando puede. Está inquieta y con la sensación de que la unidad del oficialismo no alcanzará para ganar las elecciones de medio término. El camino hasta octubre será espinoso. Para todos.
Fuente: Infobae