Un regreso esperado
El pasado viernes, a las nueve de la mañana, una puerta del Hospital Italiano se abrió lentamente. Al otro lado, la doctora Stefi se asomó y se dirigió a Pamela, la madre de Felipe, con un tono amigable: «Bueno, mamá, ¿tenés todo?». Pamela asintió, y la médica añadió: «Hagamos un check list para ver si tienen todo. Listo, se van». La ansiedad y el temor inundaban a Pamela. Recordando ese instante, compartió: «Lo que sentí en ese momento fue pánico. Pensar en no tener a los médicos a mano, saber que vas a tener que hacer todo vos, que no te podés equivocar. Te da miedo eso. Pero cuando me dijo que nos podíamos ir fue como… ¿en serio? ¿Nos vamos?» mientras observaba a su pequeño Feli.
La alegría de un nuevo comienzo
Inmediatamente, contactó a su esposo Juan, quien se encontraba durmiendo con Mateo, el hermano mayor de Felipe, en el departamento que alquilan a pocos pasos del hospital. «Tenés que levantarte ya y venir a buscarnos», le indicó. Mientras organizaba las pertenencias en la habitación, el reloj marcaba las 12 cuando Felipe Palagani, quien había estado viviendo los últimos meses con un corazón artificial y había sido objeto de un trasplante inédito, salió del hospital caminando por su propio pie. Al otro lado lo esperaban amigos y familiares con globos y carteles de bienvenida.
«Nuestros amigos y familia nos hicieron algo muy lindo que fue como un camino de regreso al hogar. También vinieron personas que conocimos en el hospital, todos ellos con diferentes patologías. Fue muy emocionante», recordaba Pamela. En la última imagen tomada en el hospital, Felipe apaga la luz con su pequeña manita, señalando una vez más el final de una etapa significativa. «El último que sale apaga la luz», reitera Pamela con una sonrisa.
Un hogar lleno de amor y desafíos
La familia eligió vivir a tan solo una cuadra del hospital, una decisión consciente de Juan; antes de alquilar, cronometró los minutos que tomaría llevar a Felipe en brazos hasta la guardia. «Lo calculé y sé que si llevo a Feli a upa, en cinco minutos estamos ahí. Por cualquier cosa, cinco minutos pueden ser vitales», explica. Al entrar a su nuevo hogar, los sentimientos eran contradictorios, una mezcla de miedo y alivio. «Fue tremendo. Entramos con miedo, diciéndole ‘bueno Feli, este es tu lugar’. Nos preocupaba cómo se sentiría sin la cercanía de médicos y enfermeras», remarcó Pamela.
La familia revivió un ritual familiar: se sentaron juntos en el sofá, encendieron el televisor y tomaron mate, algo que habían dejado de lado durante la internación. Mateo, el hermano mayor, expresó de forma sencilla su alegría: «Me puse contento cuando vino al departamento».
La sala de estar se adaptó para ser un espacio de juegos y estimulación para Felipe. «Empezó a mover las piernas, algo que nunca había hecho antes», compartió Pamela. Esto ilustra cómo el estímulo en casa es fundamental para su desarrollo.
Una historia de esperanza y resiliencia
Aún en el hogar, un mueble resguarda los medicamentos vitales para Felipe, incluyendo inmunosupresores y anticonvulsivos, que lo acompañarán en su nueva vida. Pamela recuerda el proceso para obtener el alta médica: «Fue muy largo, porque ya nos habían dicho que podíamos irnos, pero Felipe aún utilizaba respirador por la noche y tenía altas dosis de medicación». Cuando llegó el momento, los médicos ofrecieron una ayuda crucial: donaciones de otros padres para poder partir rápido.
En su habitación, Felipe descansa con un corazón que no nació en su cuerpo, pero que ahora late con fuerza. Este corazón pertenecía a Luca, un niño de dos años que fue su compañero durante la internación. La madre de Luca, Paula, cantaba cada noche para ambos: «Las hormiguitas van marchando, pam, pam, pam…». Cuando las cortinas que separaban las camas se corrían, ambos niños se miraban, símbolo de una conexión que trascendió la tragedia.
El día del trasplante, el ambiente en el hospital era silencioso y tenso. Juan recuerda la singularidad de la situación: «El trasplante no se podía hacer si Luca no hacía un paro cardíaco solo». Mientras tanto, Pamela reflexiona sobre la mezcla de emociones: «Cuando nos dijeron que entramos en operativo fue raro, había emoción y dolor al mismo tiempo, porque estábamos despidiendo a Luca».
Un vínculo eterno entre familias
El 18 de junio marcó un hito; Felipe recibió el primer trasplante cardíaco pediátrico en Argentina realizado con donación en asistolia controlada, un procedimiento poco común en el país. Esta historia unió para siempre a dos familias de Neuquén que, a pesar de la pérdida, compartieron esperanzas y sueños.
«Le prometí a Paula que iba a honrar la vida de Luca, que él iba a ser mi bandera», expresó Pamela. Cada vez que reza, menciona a Luca, quien ha dejado una profunda huella en sus corazones. Sin embargo, el vínculo entre las familias se ha vuelto poderoso y único. Juan concluye: «Ellos tendrán la oportunidad de seguir viendo latir la vida de su hijo a través de Felipe».
Un futuro lleno de sueños
En casa, Felipe comienza a explorar su entorno, sus padres anhelan su independencia, sin dejar de ser realistas sobre sus desafíos futuros. «Soñamos con que pueda ser lo más independiente posible», dice Pamela, consciente de las incertidumbres que enfrenta.
Un deseo sencillo surge con fuerza: «El sueño medio tonto es que pueda comer, que pueda comer por boca, oler y saborear. Ojalá que pueda sentir y comer tantas cosas ricas». Pamela lleva puesta una camiseta que muestra la imagen de Luca y Felipe abrazándose con el lema: «Detrás de cada donante hay un héroe». Ella reflexiona: «Lo que me enseñó esto es a valorar la vida».
Juan asiente y añade: «Esto te pone de cabeza. Te replanteás todo, desde lo más tonto hasta lo más importante. El tiempo es algo que no tiene vuelta atrás». Fuera de la casa, el cielo de Buenos Aires brilla con un azul puro. Felipe descansa, su respiración acompasada sugiere que su nuevo corazón ha encontrado su hogar.