El descubrimiento de Borges
Borges solía afirmar que «en el fondo nunca salí de la biblioteca de mi padre». Aunque las distancias sean enormes, yo podría afirmar algo similar. Alrededor de los 12 o 13 años, mientras exploraba la vasta colección de libros de mi padre en tres grandes habitaciones, me encontré con un título intrigante: Historia universal de la infamia, que fue lo primero que leí de él. Me cautivó y me generó un gran interés. Hablé con mi padre sobre ello y le pregunté: “¿Este Borges es argentino?”. Él me contestó que sí, y me mencionó que con frecuencia escribía en el suplemento de los domingos de La Nación y en la revista Sur. Luego, me mostró otros de sus libros: Ficciones y El Aleph. No podía creer lo que leía, y todavía me sorprende. A lo largo del tiempo tuve distintas fascinaciones, pero mi interés por Borges se mantuvo constante.
Mis primeros pasos en la universidad
Tras finalizar el colegio secundario y en cumplimiento de una tradición familiar, inicialmenete consideré estudiar Derecho, pero finalmente tomé la decisión de ir a Buenos Aires e inscribirme en la Facultad de Filosofía y Letras, llegando así en 1962 a Viamonte 430. En una ocasión, mientras realizaba algunos trámites en la Oficina de Alumnos, avisté con sorpresa a Borges recorriendo un pasillo y entrando a un aula. Pregunté a una estudiante en la entrada si él daba clases allí, y ella me confirmo que enseñaba Literatura inglesa y norteamericana los miércoles y viernes a las 10 de la mañana, aunque mencionó que principalmente se concentraba en la literatura inglesa. Con esto en mente y dado que mi pensión quedaba a solo cinco cuadras, decidí asistir a algunas de sus clases, las cuales ahora lamento no haber frecuentado más.
El encuentro con Borges
Un día, tras una de sus clases, mientras se dirigía a la salida, apoyado en el brazo de una mujer, me acerqué a saludarlo. Le manifesté mi admiración por su obra, le comenté que era de Santiago del Estero y que allí había una familia Borges. Se detuvo, inclinó su rostro hacia mí, y en un susurro me dijo: “Ah, santiagueño, sí, pero los Borges de ahí son apellidos ilustres; en cambio, yo provengo por parte de mi padre de una familia portuguesa, creo que judía”.
La toma de la Facultad
En agosto de 1964, la Confederación General de Trabajo (CGT), liderada por José Alonso, lanzó un plan de lucha en rechazo al gobierno de Arturo Illia, que incluía movilizaciones y ocupaciones de fábricas. En apoyo a los trabajadores, la dirección del Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN) decidió que sus estudiantes ocuparan la Facultad de Filosofía. Así fue como, a las 7 de la mañana, un grupo de compañeros de la Juventud Universitaria de la Izquierda Nacional (JUIN) nos dirigimos a Viamonte 430. A los pocos empleados que estaban presentes les notificamos la toma de la Facultad. Cabe aclarar que en ese entonces, a diferencia de lo que sucede hoy, las ocupaciones eran pacíficas. Por instrucciones de los porteros, dejamos la puerta principal abierta. Más tarde, desde la azotea, discutíamos nuestro logro, cuando de repente recordé que había alguien que no habíamos considerado: Borges. Nos dirigimos al aula donde él estaba dictando su clase (posiblemente sobre Chaucer). No ingresamos, simplemente señalamos desde la puerta. Una de sus alumnas, María Esther Vázquez, se acercó para preguntarnos qué sucedía. Con firmeza, explicamos que la clase no podía continuar porque la Facultad había sido tomada en apoyo al Plan de Lucha de la CGT. Al día siguiente, los medios informaron que Borges había sido agredido por un grupo de estudiantes que intentaban interrumpir su clase. Sin embargo, posteriormente Borges declaró que estaba en desacuerdo con las razones de los alumnos, pero desmintió haber sido agredido.
Impacto internacional de Borges
A lo largo de mi trayectoria como sociólogo, tuve la oportunidad de visitar diferentes universidades en el extranjero. Mis charlas abarcaban temas como la sociología del trabajo, estudios culturales y problemas de escritura en ciencias sociales. Tras mis disertaciones, el público, además de plantear preguntas sobre lo que había expuesto, a menudo comenzaba a hablar de Borges. Esta curiosidad surgía no solo entre los alumnos, sino también en conversaciones con colegas que me habían invitado. Recuerdo vividamente mi experiencia en Francia, donde, en la Universidad de París I y III, me cuestionaron sobre lo que significaba para un argentino que Michel Foucault mencionara en su obra Las palabras y las cosas que se debía a un texto de Borges. Respondí con orgullo y satisfacción.
De manera similar, durante mi estadía en la Universidad de Texas en Austin, donde Borges también había dictado conferencias, y en el Colegio de México, donde uno de sus fundadores había sido amigo de Borges, me sorprendió y me impresionó la admiración que se le tenía en México. Sin embargo, mi experiencia en España y Chile fue diferente, ya que escuché críticas sobre Borges, no tanto respecto al valor literario de sus obras, sino a sus opiniones, que tanto podían ser atinadas como desafortunadas. En mi estancia en la Complutense de Madrid, así como en las universidades de Sevilla y Alicante, para mantener un diálogo constructivo, me vi en la necesidad de expresar que no compartía ciertas opiniones de Borges que generaban descontento en mis colegas. Lo mismo viví en Chile, donde Borges también había hecho comentarios negativos sobre figuras como Gabriela Mistral y Pablo Neruda.
Un último recuerdo de Borges
La última vez que vi a Borges fue en el bar La Fragata en Corrientes y San Martín en Buenos Aires. Estaba acompañado de su reciente esposa, Elsa Astete Millán. Estos son algunos de mis recuerdos sobre Borges, que espero sean bien recibidos por los lectores de estas líneas.